vendredi, février 11, 2005

La esquina de Lorenzo

Llegando a la esquina, Lorenzo encontró una caja llena de maravillas.



Quiero tu ropa interior secándose, colgada del grifo de la bañera; quiero despertar temprano cada mañana para ver esa angelical cara que ponés cuando dormís; quiero tu largo pelo azabache rozándome la piel mientras dormimos; quiero tus piernas cruzándose bajo la mesa del desayunador; tus anillos sobre la mesa de luz; y el olor de tu piel por toda la casa..."
La vi por primera vez cuando tenía quince años.
Cuando le propuse matrimonio, estaba con el romanticismo a flor de piel... enamorado, hasta las manos [dirán por ahí].
Hace más de veinte años que estamos compartiendo el mismo techo; hace más de veinte años que tengo su ropa interior secándose en el grifo de la bañera; hace más de veinte años que despierto temprano para contemplar su cara mientras duerme; vi su pelo azabache volverse blanco, y aún rozarme como seda mientras duermo; hace más de veinte años que veo cada mañana, sus piernas cruzarse bajo la mesa del desayunador; sus anillos sobre la mesa de luz; y el olor de su piel... es el olor de la casa. Y aunque al agitar el mantel sobre el que almorzamos, la piel de sus brazos cuelgue cual gelatina en una bolsa, mi corazón palpita como hace veinte años cuando hacemos el amor, cuando nos besamos, cuando llego a casa después del trabajo.
Entonces, señores si, el amor existe, y perdura, y dura...
Pero eso no es todo, hay mucho más... Se los contaré en breve. Hasta la próxima.

Lorenzo.

mardi, février 01, 2005

Triste episodio de regreso

Un susurro en el oído, una lágrima que cae sobre la mejilla rosada, un "te amo" en la mano y 3.050 malditos kilómetros que separan, que lastiman, que dividen, que alejan y que duelen.
Un día... de mierda.
Llegué con 20 minutos de demora, por viajar en A.A.A.A. (Léase, Aerolineas Argentinas, lo alejan, lo lastiman!). Tenía la ilusión de subir a ese armatoste con alas que me conduciría al furtivo destino indigno de mencionar, con ánimos de leer las últimas cuarenta páginas de un libro de Stephen King, "Mientras escribo" [El cual descansa a mi lado en estos momentos]; sin embargo, todas mis ilusiones cayeron en picada los 9.675km que separaban el avión al momento de su velocidad crucero, del suelo. Un tipo, el director del Museo del Fin del Mundo, creo, no tuvo mejor idea que pasar las dos horas siguientes al horripilante y monstruoso alimento (supuesta cena) que A.A.A.A. con mucho amor, preparó para sus pasajeros; hablando a los gritos con las personas que se encontraban en el asiento delantero al mío. Pese a estar muy cómoda por haber viajado ocupando dos asientos (ya que el que se encontraba a mi lado no tenía dueño), este individuo sordo, arrogante, viejo y ROMPE PACIENCIA, me bajó la comodidad, la poca paciencia que tengo al suelo, en picada, junto a mis ilusiones. Mientras leía un poco el libro [por cierto, tuve que leer 3 veces cada párrafo por que sus gritos me hacían desconcentrar], llegué hasta a pensar en escribir un largo y retorcido cuento que, con algunos agregados ficticios, contaran el episodio con el fastidioso sujeto.
Llegué a Buenos Aires, con algunos sobresaltos por exceso de movimiento en el avión; y como todos los 'fucking' remises tenían demora de no menos de 25 minutos, di un par de vueltas con mi valija y mis once kilos de sobrepeso por el aeropuerto, hasta que, aunque desconfiada, subí a un taxi que me llevó hasta mi casa.
Llegué al departamento, desarmé un bolso, prendí la tele, hice la cama, me acosté, apagué la tele y me dormí al instante.
Hoy me levanté a las 11:30, noté que había olvidado la llave del candado con el que había cerrado la otra valija, por lo que, aún sigue la muy conchuda tirada en el piso sin poder yo abrirla y acceder a las cosas que se encuentran en su interior y que, dicho y sea de paso, ME PERTENECEN. [supongo que mañana tendré que ir con el valijón hasta una cerrajería para que corten el candado, very fastidioso].
Además, fui al supermercado, y encontré que los precios aumentaron de sobremanera. Al regresar al departamento me encontré con mi portero que amablemente me informó que... ME CORTARON EL GAS!, por tener una factura del año 325 antes de Cristo impaga. "Roñosos de Metrogas, metanse el medidor en el culo" - pensé. Pero después intenté llamar a sus teléfonos para que me restituyan el servicio, sin respuesta alguna.
Luego arreglé mis clases de Matemática I con un profesor particular, de aquí al viernes, y el lunes próximo, de 14hs a 16hs.
Más tarde, a las 18.15 precisamente, salí del departamento con ansias de viajar hacia la facultad para comenzar a recursar Contabilidad I. Santa Fé estaba cortada, el colectivo se desvió, llegué tarde a la facultad, me indicaron mal el aula; hasta que encontré un chico en mi misma situación, así que caminamos perdidos por la facultad un rato, hasta que dimos con el aula. No le pregunté su nombre, entramos, y me senté en el primer lugar vacío que encontré. Durante la clase hablé un poco con dos chicas que estaban sentadas al lado mío, pero nada muy interesante.
A las 22.02 (según mi boleto de la línea 39 de colectivos), emprendí el viaje de regreso a casa. Llamé a un amigo que cumple años, llamé a mi viejo. Éste último no tuvo mejor idea que hablarme de problemas, y me dejó llorando así que le corté el teléfono y me fui a comer afuera. No había comido nada en todo el día. Fui a DUERO, el resto-confi-lugar que está en Pueyrredón y Santa Fé, llevé conmigo el libro arriba mencionado, pedí ñoquis de espinaca con estofado de pollo, una pepsi, y emprendí la lectura. Comí un poco, mucho menos de lo que tenía esperado, tomé un café y conversé largo rato con Juan José, el mozo. Podría decir que me hice "amiga" del mozo, y me dijo que cualquier cosa que necesitara que le avise, muy copado el tipo; creo que mañana voy a cenar nuevamente ahí. Tenía ganas de conversar.
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