Se prende fuego, arde, como una vela.
Tal vez, estemos escasos de tiempo.
El tiempo, seductor eterno de nuestros pasos. Como aquél jovencito que desabrochaba souttienes sin que las damas lo notasen.
Con estos estúpidos relojes no vamos a controlar el tiempo. Ni vos, ni yo, ni nadie. Algo tan poco palpable que paradójicamente se nos va de las manos a cada momento. Y nos roza la nuca mientras se aleja. Nos cambia la cara, el cuerpo y las manos. Nos cambia la voz, las esperanzas y hasta altera nuestros proyectos.
Ni vos, ni yo, ni nadie va a detener esto. No podremos pedir una extensión, no podremos pedir un plazo más. No nos va a alcanzar el tiempo. Siquiera vamos a notarlo.
Podemos pasar demasiadas tardes discutiendo el orden en que vamos a llevarnos adelante en la vida; y de todos modos estaremos regalándole mucho tiempo al tiempo. Ladrón eterno de pedacitos pequeños de la vida completa de la gente. Maldito tiempo, y yo sin reloj.