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Piel: es lo que le faltaba al papel para ser carnal.
Piel: es lo que sobra entre los dos.
Piel: es lo que toca en la mañana.
Se escurre entre las sábanas y roza un omóplato con los labios. Ella sonríe y se va volteando mientras se despereza con los ojos entreabiertos. Él la mira y sonríe. La ve tierna, suave. Desnuda.
Con todo su peso sobre ella, la abraza y sonríe. No le da lugar a que pueda despertar del todo y, en simultáneo, comienza un coqueteo matutino de sábanas húmedas.
Otra vez, las piernas cruzándose con esas otras piernas, con esos otros brazos, entre abrazos, apretones y la desesperación por conseguir(lo). La desesperación de esos segundos previos, escasos, y eternos.
El sol deja de ser el protagonista. Ahora es la danza matutina la que baña la casa. Toda. Cada rincón, hasta ese, donde el sol aún no llega.
De a poco va conquistando la piel. Centímetro a centímetro. Mezcla de sudor, saliva y domingo. Esa mezcla que solo se consigue al terminar una semana. Al comenzar una semana.
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Dos cucharadas de besos, tres horas de sábanas, una pizca de nieve y un par de pieles suaves.